Tan despiadada y feroz que más de un marinero la temía. Tenía la mano de hierro y la poderosa pasión de sus grandes antecesores. La terquedad de una mula y la dulzura de una niña. La sabiduría del legendario cóndor de los andes y la ancestral visión del águila imperial. La compasión de una sacerdotisa y la letalidad de una emperatriz… ¡Qué explosiva combinación! Pobre de aquel que se cruzara en su viaje pues podía matar moscas a cañonazos o salvarlo de sus más temibles aguas. Romances elevados hasta el cielo o sepultados en los infiernos. Nunca la veías venir realmente. Tenía más enemigos que amigos pero ese era el precio a pagar por su libertad. La heredera de ese barco no sabía que llevaría esa tartana a lugares nunca vistos y para eso, tenía que aceptar con honor que la vida de los puertos jamás sería para ella.
Al fin y al cabo como dijo Paulo Coelho: «Escoger un camino significa abandonar otros. Si pretendes recorrer todos los caminos posibles acabarás no recorriendo ninguno».
Quizás era la primera vez que la hija del capitán dejaba de huir de su propio destino y permitía que la vida la sorprendiera con su más extraño reto: el viaje a los mil mundos. Esa sería su gran aventura… una de esas que dejaría huella.
Diario de la hija del capitán