Hay que ver el efecto que tiene una simple decisión en una misma y en los demás. A priori insignificante, pero a la larga, movilizadora. El día que decidí comer sano creo que no era consciente de lo que vendría después. En ningún momento tuve en cuenta el peso, creo que en lo único que pensaba era en estas tres preguntas: ¿Qué le estoy dando a mi cuerpo? ¿Qué es sano y qué es tóxico? ¿Qué quiero darle a partir de ahora? Y la respuesta era clara: calidad.
Bajar de peso solo fue una consecuencia, pero nunca una intención. Mi único objetivo era modificar, mutar o alterar mi alimentación. Desde la epigenética leí en alguna parte que puedes activar y desactivar ciertos genes predispuestos cambiando los hábitos y esa era la idea inicial: reprogramar y desechar lo que no funciona. Semanalmente me alimento de frases como:
—¡Qué delgada estas! Seguro que no comes… (como tanto que hasta me empacho, incluso como más que tú)
—Cuánto peso has bajado… ¿Estas enfermas? (mi salud está perfecta)
—¿Cuántos kilos has perdido? ¿Estás bien? ¿Se te ha muerto alguien? (no se me ha muerto nadie afortunadamente)
Me gustaría acabar este artículo con una declaración. Señores y señores del mundo agradezco vuestra preocupación pero ni me voy a morir ni estoy enferma, probablemente me encuentre en la época más sana de toda mi existencia así que no hace falta que preparéis mi ataúd. Cualquiera que me conozca bien sabe que tengo buen saque y que comer para mí es un placer. Desde luego que parece que el prejuicio de delgadez-muerte y la necesidad de controlar el cuerpo ajeno siguen presentes…
Qué raro me resulta todo, negativizando los buenos hábitos y la alimentación sana y positivizando las adicciones y la mala alimentación.
El mundo al revés.
👏👏😜
🙂