Quién no ha jugado alguna vez a ese juego. Un amigo del cole contaba cara a la pared hasta cierto número, esperando a que el resto se escondiera en cualquier parte del patio. A veces te podía pillar y a veces no. De alguna manera, aunque creo que es un juego muy entretenido para compartir con los demás y establecer vínculos externos. Esta actividad en particular me enseñó a buscar FUERA. Si no veía algo, es que no estaba. Ojalá hubiera jugado alguna vez a encontrarme a mí misma, quizás me hubiera dado antes por mirar hacia DENTRO porque luego me faltaban miles de piezas para entender el rompecabezas de mi mundo interno.
He tenido siempre una tremenda sensación de búsqueda, de exploración, de ir hacia algo que no sabía que era. Buscaba y mucho. Era una sensación de movimiento difícil de controlar. Pero, lo que buscaba no estaba ni fuera ni lejos, estaba dentro y cerca. Buscaba donde no tenía que buscar y solo cuando dejé de hacerlo y me quedé quieta, fue cuando aquello que tanto anhelaba se asomó vergonzosa diciendo: «Aquí estoy, te acompaño desde siempre pero no me permites que me visibilice. Tu época tiene tanto ruido que te distrae de conectar con el enchufe de tu alma». Supongo que por eso ya no me molesto en buscar nada ni a nadie porque no se puede buscar lo que ya has encontrado.
Quizás con ciertas emociones me pasa lo mismo que cuando guardo algo que valoro mucho, que lo escondo tan bien…que luego, ni yo misma sé dónde está de lo bien que lo he guardado. Ahora me aseguro de saber dónde están en todo momento para no perder su ubicación porque quiero recordar que la posición solo se puede saber sabiendo quien eres de verdad y para eso, se necesita un gran viaje de autoconocimiento, donde integrar los cuatro puntos cardinales (pasado, futuro, posibilidad y cambio) y solo en el medio, se encuentra: el presente y su oportunidad.