Llámame inconformista. Nunca se me ha dado bien comer cualquier cosa, aunque he tenido y tengo buen comer. Pero no solo hablo de comida, hablo de vida. Mi abuela siempre me decía que era muy señorita y con el tiempo pude comprender por qué. No elijo cualquier cosa al azar. Me gusta lo mejor y a lo bueno, una se acostumbra pronto. El refrán de «a falta de pan buenas son tortas» es un buen dicho en tiempos de carencia, pero en tiempos de abundancia las elecciones no son las mismas.
A veces veo mi día a día como una gran carta. Observo, comparo, miro sus ingredientes, decido si me va a sentar bien o mal y luego, me centro en decirle al camarero qué plato y bebida con exactitud quiero que me traiga. Espero con felicidad y saboreo cada bocado. Doy las gracias y otro día vuelvo a revisar la misma carta, porque quizás han cambiado los platos o las manos del cocinero que lo prepara. Si tengo que elegir con precisión lo que le doy a mi cuerpo, claramente, a la carta. El resto que lo pidan o se lo coman, otros comensales.