El universo es caprichoso y da pie a curiosos escenarios. Entre ellos, dio lugar un encuentro muy especial. El deseo y el anti deseo se encontraron. El deseo no entendía por qué el anti deseo no deseaba nada. Sin deseo no te mueves. El deseo se las ingenió y bailó un tango con el anti deseo por largo tiempo hasta que un día el anti deseo empezó a desear.
Ese fue el punto de inflexión donde dejaron de bailar, pues el universo tenía como plan que ambos integraran la otra polaridad, porque la naturaleza debe guardar un equilibrio. Sin embargo, el deseo se negaba a integrar el no deseo, algo había pendiente: su sombra. Para poder priorizar y elegir es necesario aprender a rechazar o a no desear y eso, no era tarea fácil para el deseo.
Ambos se separaron y se fueron por caminos distintos sabiendo lo importante que fue aquel encuentro, porque no se trataba de desear o no desear, sino de evolución, pues ambos habían aprendido a ser grandes bailarines ya que sin cierta cantidad de necesidad no sales de tu zona de confort para aprender algo nuevo y sin selección de abundancia tampoco valoras lo que tienes entre manos, y esa era la verdadera intención: el equilibrio en movimiento.