La capitana mandó llamar a su segundo de a bordo a su despacho y cuando entró éste le dijo:
—Mi señora, me habéis hecho llamar, ¿en qué puedo ayudaros?
—Llevamos un largo camino y he observado que otros tratan de arrebatarme el timón cuando se activan sus inseguridades hasta el punto de tratar de manipular a mi propia tripulación. Por ello, necesito vuestros hechizos, quiero que creéis un escudo que proteja a todo el barco y a sus navegantes porque quiero llevarlos lejos y darles lo mejor.
—Si vuestro deseo es proteger a los que amáis vais a tener que hacer algo por mí.
—Lo que me pidáis.
—Para daros lo que anheláis, vuestras manos deberán vincularse como pacto inquebrantable a un timón especial porque una vez hecho seréis la única que lo va a poder sostener.
—No os comprendo, ¿qué queréis decir?
—En vuestra caja fuerte hay muchas cartas pero hay una que no mostráis, la rueda de la fortuna, dádmela y os vincularé a ella, la materializaré para vos. Ella será vuestro nuevo timón y ella os guiará hacia dónde queréis ir. Antes se hunde el barco que os quitan vuestra voluntad. Además, me permitiréis vincular vuestros ojos a las estrellas y os enseñaré a leer las señales del cielo y sus constelaciones.
—Está bien.
La capitana fue a su caja fuerte y la sacó, una carta endiabladamente brillante. Se la dio a su segundo de a bordo y mago. Solo él sabía conjurarla. Entonces el mago dijo:
—Capitana y rueda de la fortuna se unirán en uno, llevando a crear por lealtad y amor un auténtico escudo protector. Muchos subirán a vuestro barco, pero si realizan una traición tarde o temprano por la borda serán lanzados. Portadora de almas con destino a la evolución, nada ni nadie, ni yo, podrá deshacerlo. ¿Alguna cosa más?
—Si, dad la orden, dile a la tripulación que encienda las calderas y suba al máximo nivel la potencia, ya sé a dónde tenemos que ir. El vigía me ha informado que entramos en aguas más profundas. Avisa a los artilleros que se tomen su último chupito de ron porque los necesito al cien por cien de su capacitación.