Qué duro ha sido volver al inframundo. Digo volver, porque no era la primera vez que estaba allí. Hace años fue letal. No lo entendía. Ardí de dolor pensando que no sobreviviría. La vida tenía otros planes para mí y se apiadó (desde la lejanía) dándome brebajes de esperanza, para mantenerme viva. Ella me llevó a la superficie temporalmente (tenía otras lecciones que aprender) para que viera que en el día a día habían cosas maravillosas. Luego, me dio un jarronazo de cosas sin sentido obligándome a volver. Algo había dejado pendiente. Volví sabiendo que me iba a llevar otra vez al máximo sufrimiento y en ese viaje de idas y venidas emocionales (dejando miles de cosas atrás), encontré algo que no esperaba hallar:
Hija de la vida y de la muerte que entre mundos siempre vas a estar. A ninguno lealtad puedes guardar pues un solo cambio en tu equilibrio o en tu balanza llevará a la perdición cualquiera de los dos mundos. Ambos te ofrecerán un regalo y ambos aprenderán de ti. La MUERTE tan sigilosa ella, te permitirá a través de sus ojos y sus oídos verla y escucharla en la invisibilidad (pues tiene mucho que enseñarte si se lo permites) y te ofrecerá (con gran orgullo) de sus más profundas cavernas el FUEGO más destructor. La VIDA en cambio, llena de recursos y de oportunidades, te amamantará de creatividad, de habilidades para transformar, de un pensamiento arborescente y sobre todo te regalará un enigma: una SEMILLA NEGRA.
Qué difícil era tener dos regalos pues los dos tenían luz y oscuridad… Si solo tienes uno, es más sencillo de manipular. Así fue como después de miles de estrategias, no me quedó más remedio que tratar de comprender cada uno y darle un lugar. El fuego sería mi chispa, mi pasión, mi motor, mi iniciativa y mi salto de fe. La semilla negra me llevó más tiempo… no sabía en qué transformarla. Era como un puzle a medias, ¿qué significaba? Luego lo supe, podía significar cualquier cosa que yo quisiera. Sería mis alas, mi miedo, mi perseverancia, mi brújula y mi carbón. El fuego es poderoso pero no persevera sin algo que lo mantenga. Había llegado la hora de combinarlos.
¿Qué pasó después? Confié tanto en la vida como en la muerte y volé. El fuego dejó de quemar. En ese momento supe cuál era mi verdadero poder: la dualidad, pues ella es la única que me ayuda a no perder el norte y si lo pierdo a saberlo encontrar de nuevo unificando lo bueno y lo malo como complemento y no como opuesto del otro.