Ponerse en los zapatos del otro significa entender su lugar, sus circunstancias y todo lo que le rodea. Es como viajar o saltar temporalmente a otro mundo. Pero… ¿Y si en algún punto hubiera olvidado de dónde venía o qué zapatos eran míos y me hubiera quedado atrapada sin poder regresar? La noche que recordé cuáles eran mis zapatos fue demoledor. Lloré de agradecimiento porque mi propia mente había creado una gran niebla anestésica que me impedía ver. Solo ahí observé que el mundo en el que estaba, nada tenía que ver conmigo, pero que tenía algo que hacer allí y que solo cuando acabara de hacerlo recordaría cómo volver a mi hogar y como teletransportarme continuamente a voluntad.
Qué chistosa puede ser a veces la mente porque ella cuidó de mi mundo con delicadeza, porque al volver me mostró que seguía tal cual yo lo había dejado, lleno de naturaleza salvaje, de no tiempo, de no horarios y de una gran charca donde poder tener el lujo de nadar sin perturbaciones.
Muchas veces nos sentimos fuera de lugar o prisioneros de un mundo que no es nuestro cuando la realidad es que estamos perdidos a conciencia, una vez llegamos al nivel, desbloqueamos el siguiente como si hubiéramos conseguido que Mario Bros alcanzara su bandera.
Ahora teletransportarme emocionalmente sabiendo que no me pierdo ni me quedo atrapada es una de las cosas que más paz me da, porque ahora sí que sé, ir y venir.