Caer en una trampa es fácil, pero salir de ella, no tanto. Creo que es fundamental trabajar el autocuidado diariamente, no solo por autoconocerte, sino por habilitar la capacidad de regular tus emociones cuando tratas de salir de uno de estos tropiezos o infortunios. Por eso te contaré una historia, que al fin y al cabo es la mejor manera que encuentro de invitarte a reflexionar, para que veas que hasta de una caída puedes salir, beneficiarte y «llevarte» ciertos regalos. No todo es tan malo como parece.
Una joven hechicera que vagaba a menudo por el bosque (pues ese era su santuario), tuvo la mala suerte de ser capturada por un rey que salió de su reino. Tras varios días tratando de escapar sin éxito, aceptó que era una prisionera. El rey la hizo llamar y le preguntó:
—¿Quién sois?
—Mi rey, soy una doncella que se perdió en el bosque. — le dijo la hechicera sabiendo que quizás esa era la única manera de escapar más adelante, pues si le decía la verdad, estaba perdida. Ya había visto como a otras las había matado o las había encerrado por no poderlas controlar.
El rey no se fiaba. Había algo en ella que no le olía bien… Entonces la puso a prueba. Le enseñó un libro con arrogancia y le dijo:
—En este libro pone que puedo hacer todo lo que yo quiera. Ahora me pertenecéis.
—Lo que vos digáis, si ni siquiera sé leer ni escribir…
La hechicera, se dio cuenta enseguida de que se encontraba ante un ladrón, pues sus riquezas no eran suyas y además, en ese libro no ponía que pudiera hacer lo que quisiera … Era un gran libro de hechizos. Inmediatamente el rey le preguntó:
—¿Por qué no paseáis como las otras doncellas? Ellas van y vienen mientras vos no lo hacéis… ¡Qué raro!
La hechicera se asombró, le había dado sin darse cuenta, la llave de su libertad. Él nunca supo lo caro que esto le iba a costar, pues ya tiene que ser ignorante y ciego un rey para pensar que dejando a alguien ir y venir no se va a poder marchar en algún momento. Durante muchos días, para no ser descubierta ella hizo exactamente lo mismo que el resto de doncellas, paseaba… ¡qué fácil era imitarlas! Cuánta compasión sentía por ellas porque el rey más tirano, frío y cruel no podía ser. Se aprovechaba de que ellas no eran capaces de ver más allá para esclavizarlas. El tiempo pasó y el rey quiso celebrar un gran festín. La hechicera vio ahí su gran oportunidad pues no iba a marcharse sin el libro. La debilidad del ego es que cuando un rey se extasía y se ciega con su trono, sus vicios y sus damiselas en las alturas, deja de ver lo que pasa entre los plebeyos. Así pues, llegó el gran día en el que ella se marchó por la puerta grande y sus guardias no hicieron nada por detenerla porque pensaron que era solo uno de sus largos paseos… Cuando acabó el festín, el rey encontró una carta en sus aposentos que decía:
Mi amado y querido rey:
Jamás olvidaré todo lo que me habéis enseñado, hemos llegado a vivir hasta buenos momentos juntos. Os debo agradecer de todo corazón que me capturarais, pues sin eso, jamás hubiera podido encontrar y robar vuestro gran libro de hechizos (era demasiada la tentación). Supongo que quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón. Ahora podré convertirme en la hechicera más poderosa de estas tierras para sanar y ayudar a los más necesitados y todo, gracias a vos. A pesar de vuestra crueldad, habéis sido la pieza clave de mi propia evolución. Eternamente gracias.
Firmado: la doncella hechicera que siempre supo leer y escribir