Sí. Hablo de ese momento incómodo en el que los ojos llenos de ilusión de la otra persona te miran, rompes el envoltorio del paquete, lo abres y deseas rápidamente ser un avestruz para enterrar la cabeza y así no mostrar la cara de idiota que se te puede quedar cuando algo no te gusta o no sabes cómo reaccionar. Habrá gente que se le de bien disimular (no es mi caso y mentir se me da bastante mal).
Quizás, alguna vez hayas pensado: «¡Qué poco me conoce!». Te podría decir que no vas por mal camino, ya que realmente NADIE MEJOR QUE TÚ puede conocerse. Si ya cuesta conocerse a uno mismo toda la vida, imagina lo que le puede costar a otra persona hacerlo. ¡Es toda una hazaña! De todas formas, sabe mal que no acierten, aunque lo hayan hecho con la mejor intención del mundo.
En ocasiones (y no pocas), depositamos en los demás demasiadas expectativas y esto puede generar frustración. Sería conveniente dejar de esperar tanto, permitir que la vida nos sorprenda, tomar el control de nuestros propios deseos y cumplirlos nosotros mismos.
¡Qué importante es la comunicación en las relaciones para acertar con los regalos y con las pasiones, las necesidades y los sueños de cada persona! ¡Las posibilidades son infinitas!
Regalar es maravilloso. Es un acto en el que deseas conectar y compartir emociones con aquellos que amas y te acompañan en tu viaje de vida pero… ¿qué hay de esa conexión contigo misma? ¿Qué te autorregalarías ahora mismo?
En un día como hoy, en el que hace un frío letal (solo le faltan a mis pies cristalizarse y convertirse en diamantes), creo que mi mayor autorregalo ha sido… ponerme manos a la obra y encender la chimenea.
El fuego es acogedor y el espacio, una inyección de tranquilidad.