Los niños son maravillosos, lo absorben todo como una esponja y tienen ideas muy curiosas al no tener filtros. El valor de la perseverancia creo que lo adquirí por puro juego y como obsequio. Sobre los ocho años me encapriché. Quería hacerme un segundo agujero en la oreja. Obviamente como toda niña, intenta probar los límites de su madre y ella me dijo que no. Seguí insistiendo durante año y medio, no porque pensara que me fuera a decir que sí sino por puro placer. Me hacía gracia ver el cansancio de ella diciéndome: «ya te dije que no…» Lo que ella no sabía era que el día que me dijo que sí y derrumbé esos límites me dio una herramienta tremendamente importante: el valor de la voluntad.
Siempre admiraré la paciencia que tiene. Cuando me dijo que sí y pude hacérmelo, me sorprendí porque no esperaba que fuera a cambiar de parecer o que los límites se pudieran cambiar, supongo que la agoté. Sin embargo, ella hizo sin querer que yo trabajara la insistencia y a partir de ahí, esa voluntad la utilicé en otros aspectos de mi vida. Mi mente en ese momento pensó: «con voluntad y perseverancia puedo derrumbar cualquier límite con el tiempo». Si no llego a encapricharme por hacerme un pendiente quizás hoy en día no sería tan cabezona o no mantendría la esperanza en proyectos de larga duración. Gracias mamá, por decirme que no. Creo que no eres consciente del regalo que me diste.