Estuve largo tiempo sacando del saco toda una serie de cosas que había heredado. De pronto, me asusté, del saco salió un rugido y pensé: «¡Qué coño! ¿Y esto?»
El rugido me contó la historia que custodiaba, de cómo una joven leona se convirtió en reina y de cómo sus cachorros fueron quienes lo detonaron. Ella los amaba más que a nada en el mundo y se preocupaba por su bienestar. Sintió que estaban en peligro y ese fue el momento clave donde su conciencia y su corona aparecieron. De la nada conectó con una fuerza sobrehumana que la hizo pisar fuerte diciendo: «aquí mando yo». Solo fue cuestión de tiempo que construyera un reino y que, con tal de darles paz, estuviera dispuesta a luchar por mantenerla, ofreciéndoles una buena vida a quienes amaba, aunque estos a veces, no la entendieran. No le importaba la corona, el amor por sus cachorros era la clave para sacar de ella, su máximo potencial.
Tras escuchar le pregunté al rugido:
—¿Qué quieres que haga yo con esa huella?
—Es un regalo. La furia te protegerá siempre de quienes osen destruir tu reino y tus manos y tus pies pisarán tan fuerte que hasta la tierra temblará. Mi pequeña leona, haz honor a tu linaje, que pasa de miembro a miembro, por cada una de las generaciones. Todavía no puedes ver cómo ese amor vive en ti.