El cuerpo es, sin duda, nuestro hogar más íntimo y permanente. Desde el momento en que nacemos hasta el último día de nuestra vida, vivimos en un vehículo que nos permite experimentar el mundo. Es nuestra casa, nuestro templo sagrado, y como tal, merece nuestro respeto y atención. El cuidado del cuerpo va más allá de la mera estética, se trata de honrar nuestra existencia y las posibilidades que nos ofrece.
Cuando consideramos el cuerpo como un hogar, comenzamos a entender la importancia de escucharlo. Nuestro cuerpo tiene la capacidad de comunicarse con nosotros, enviando señales sobre lo que necesita: descanso, alimentación, movimiento, amor, compasión… Ignorar estas señales es ignorar nuestra esencia. La limpieza emocional se vuelve esencial. A menudo, acumulamos basura emocional (estrés, problemas de otros, creencias limitantes) que manchan y obstruyen el flujo de energía en nuestro interior. Al igual que un hogar necesita ser ordenado y limpiado regularmente, nuestras emociones y pensamientos también requieren un espacio de sanación.
Por último, creo que es importante reconocer nuestro cuerpo como un hogar y ser conscientes de cómo vivimos y de cómo nos tratamos a nosotros mismos. Es curioso, cuidar tanto una casa y descuidar tanto, el primer hogar de todos, nuestro cuerpo.