Hay veces que es mejor tener a buen recaudo aquello que más amamos. Hoy te contaré la historia de un ermitaño que vagaba de tierra en tierra fijándose en todo lo que encontraba. En un punto de ese viaje, tropezó con un jardín sin nada. Era una tierra vacía, que parecía seca y en la entrada tenía un viejo y destartalado espantapájaros. El ermitaño pensó:
—¡Qué raro! ¿Cómo puede haber un espantapájaros custodiando un jardín que no da nada?
Así que lleno de curiosidad fue al espantapájaros y le preguntó:
—Guardián de esta tierra, ¿qué haces aquí si no tienes nada que custodiar?
En ese momento el espantapájaros se echó a reír y le respondió:
—¡Vaya! Eres la primera persona que me hace esa pregunta. Gran viajero de los bosques, si tampoco tú eres capaz de ver la cosecha de esta tierra es que estoy haciendo bien mi trabajo. Los cuervos siempre se acercan a lo que brilla o a donde hay comida para robarla pero si les haces creer que no hay nada o de tanto en tanto les muestras una migaja que robar, apenas se acercarán a este jardín y los frutos crecerán en condiciones aptas. Hace tiempo que invisibilicé toda la plantación, te la mostraré un poco ante tus ojos y luego no la volverás a ver jamás.
El ermitaño lleno de admiración se sorprendió tanto… Había tanto… Ya no le quedaba mucho para ser cosechada. Antes de irse, el ermitaño le dijo al espantapájaros:
—Bravo espantapájaros, custodias algo extraordinario. No eres consciente del gran poder que tienes de invisibilizar.