Tengo un foso mental muy oscuro y siniestro. A veces me siento a observar el fuego que tiene en su interior. Es el único momento donde se ilumina. Sin embargo, es realmente práctico. La cantidad de información que llega a mi mente es enorme y en el momento que elijo lo realmente importante, todos los demás datos, los tiro ahí y los hago arder. Si hay inestabilidad, falta de decisión, absurdez o incoherencia… los llevo a su interior y uso mis propias reglas.
A favor de las distracciones diarias diré que el caos que las gobierna es mi elemento primario y las comprendo perfectamente, tanto su origen como su intención, pero, si eso va a hacer que me enferme o que me saque mi camino, las barro hasta hacerlas llegar al foso. He aprendido mucho de ellas, pues cuando hay tantas, te llevan a confiar solamente en tu criterio.
Las distracciones, si no les marcas límites, pueden llegar a convertirse en el polvo de aquellos que se niegan a aceptar que hace falta una limpieza.
Para acabar diré, que a lo largo de quince días he hecho un diario donde he apuntado cada día, una distracción que me moviera y su influencia en mis emociones. Solo tomando conciencia de cuáles se repetían, fue cuando decidí bloquearlas o quemarlas.