Aquel pastor de ovejas tenía un guardián. Era viejo y gruñón pero se conocía aquellas tierras como ninguno otro. Era su mano derecha. Un día el rebaño de las emociones se descontroló y el pastor le pidió al perro que las volviera a reubicar. Como siempre, le faltaba una: la curiosidad. Esa siempre se le escapaba. Siempre veía el punto ciego.
El perro la buscó y la encontró en los límites del bosque. Para no asustarla le preguntó con suavidad:
—Oveja de la curiosidad, dime ¿qué ves?
—Lobos negros, intentan entrar.
—Muy bien, solo tú tienes el don de ver más, dime ¿por dónde? Y podré darte una solución.
—Por la vista y por el oído. He venido hasta aquí no por rebeldía sino porque sé que las otras ovejas tienen emociones muy fuertes y si se pierde el timón de la mente, se pierde la estabilidad y no quiero eso para el pastor. Intenta hacer su trabajo lo mejor que puede.
La oveja tras una larga negociación aceptó volver con el resto y entonces el perro guardián le dijo al pastor:
—Te he traído de vuelta a la oveja, ha visto que los lobos negros intentan controlar a nuestras ovejas a través de lo que ven y de lo que escuchan, por eso hay que marcar límites.
El pastor les dio hierba mucho más jugosa y bella para que las ovejas no se distrajeran. Una vez pasó la tormenta, la oveja de la curiosidad, se puso a llorar, pero de alegría. Gestionar con serenidad el caos con total conciencia, fue vital gracias a la comunicación entre la oveja descarrilada y al perro guardián. El pastor estaba orgulloso de poder confiar en ellos y de saber que los lobos negros no tenían poder allí.
Solo puedes ayudar al otro desde la estabilidad y la objetividad y eso, es importante trabajarlo.