Una de las preguntas más difíciles que me han hecho en la vida ha sido: «¿Qué necesitas?» Porque en el momento que supe que no necesitaba nada, muchas torres altas que había construido en mi mente, cayeron ante mis pies y su cielo se aclaró más que nunca. Hoy te contaré la historia de un ratón que corría sin saber por qué corría… Era un trabajo fácil, se subía a la rueda y corría. Llegaba la hora, se bajaba, comía un poco y dormía en su algodón. Así sucesivamente… La sala estaba llena de ruedas de diferentes tamaños. Una tarde, el ratón miró a los demás y dijo en voz alta:
—¿Por qué tengo que correr?
Muchos de los ratones le respondieron:
—Por el queso.
Entonces el ratón insistió:
—Si yo no deseo nada, ni el queso. ¿Qué sentido tiene correr?
En ese instante, apareció un viejo ratón que le dijo:
—¡Silencio! ¡Cállate! Haz como que deseas.
—¿No lo ven? Pero si van en piloto automático, el deseo o la necesidad los esclaviza a correr, ¿no se supone que somos libres?
El viejo ratón con una sutil sonrisa le susurró:
—Hazle creer a un ratón que es libre alimentándolo de adicciones, de miedos, de vicios, de expectativas, de presiones y de consumo y no se irá jamás de la rueda.
—Eso no es ser libre, es camuflar la esclavitud con una falsa libertad. No entiendo una cosa. Si comemos lo mismo, ¿por qué a ti y a mí no nos afecta?
—Buena pregunta. Por alguna razón nuestro cuerpo no absorbe las creencias de un tiempo determinado, o bien rebotan o si llegan a entrar en el organismo salen en forma de sudor por los poros de la piel. Sin deseo, no hay manipulación. Somos como robots que desactivan los chips que otros tratan de insertar.
—¿Y qué hacemos?
—Por ahora, sigue corriendo, cuando sepas qué hacer, dejarás de correr y veremos qué efecto tiene esa decisión en todo lo demás… Por lo menos, ya sabes que no necesitas correr para conseguir queso, hay maneras más sencillas de conseguirlo (sin desearlo) porque tú simplemente eres capaz de crearlo y ya eres feliz con un trozo que pusiste en conserva hace muchos años.