La llamaban así porque era capaz de hallar perlas donde nadie más podía encontrarlas. Esa era la riqueza que mantenía un reino costero con enormes y frondosos jardines. Día tras día, la soberana paseaba por ellos con su pantera, su más leal y oscura guardiana. Todo iba bien hasta que una mañana apareció en el otro lado del muro, un exiliado que quería hablar con ella. La reina le dijo:
—¿Qué se os ofrece?
—Vuelvo pidiendo refugio.
La reina, miró rápidamente a su pantera y le dijo:
—Te lo dejo a ti, confío en tu buen juicio.
La reina se marchó y en los ojos del exiliado se veía el miedo más aterrador. La pantera le dijo:
—Quiero que comprendáis lo siguiente: la reina no os guarda rencor y os desea todo el amor del mundo a pesar de vuestro intento de homicidio. Por compasión, en su momento, os dejo marchar, pero yo como guardiana, no puedo permitiros volver. Ella no lo puede ver, pero yo sí. Seguís viniendo con los mismos cuchillos y no toleraré ni que le hagáis daño ni que destrocéis sus bellos jardines, ni su templo más sagrado.
—Pero leal guardiana, pensad en los buenos momentos que hemos vivido, la reina no va a encontrar a nadie como yo…
—Ese es el problema, hay tantos asesinos a sueldo igual a vos que es difícil dejar entrar a buitres malnutridos con una lealtad tan inestable. Seguís siendo esclavo de una baja vibración. Durante largo tiempo decidí quedarme al margen pero llegasteis demasiado lejos y le recordé a la reina que yo estoy aquí para protegerla. Así que en vuestras manos dejo la decisión, o os marcháis desde el amor para encontrar otro camino o si os empeñáis en entrar en este os convertiré en mi cena. — le dijo mientras gruñía y le sacaba los dientes.
El exiliado decidió marcharse y la pantera, tras seguir las órdenes de su amada emperatriz, volvió a los pies de su cama donde velaba por su bienestar hasta el fin de sus días, pues solo dejaría pasar a forasteros, que vinieran en son de paz y que tuvieran alta vibración.
Qué curioso es rechazar la oscuridad de nosotros mismos, cuando justo su capacidad de ver en la más siniestra noche es la que nos previene, nos custodia y nos cuida de las malas intenciones. No es casual que ciertas mascotas nos acompañen como un tótem, pues hasta ellas nos ayudan a aceptar partes de nosotros mismos que evitamos y que son necesarias incluir para un buen autocuidado. Quizás, no tengamos el control de las balas que otros lanzan (ya sean conscientes o no de ello), pero si que tenemos la responsabilidad de no dejarlas entrar porque entonces sin querer, estamos permitiendo entrar a la propia muerte.
¡Al foso!