—¡Aparta! —Le dije al gasolinero enfadada mientras cogía la manguera del agua. —¡Ya lo limpio yo! ¡Me han intentado tomar el pelo!
—Pero no has caído. ¿Por qué te molesta entonces? ¿Por haberlo intentado? ¿No crees que el hecho de que lo resuelvas y lo sortees ya te da una pista de cómo te protege y te guía la voluntad divina? Es como si hasta la propia muerte te protegiera. Curioso… Porque mira que han intentado veces llenarte de ceniza y de polvo… Déjame animarte, te dejo limpiar tu coche aquí siempre, quitándole todas las creencias y los límites que lo frenan gratis, a cambio de que les digas a otros cómo y dónde limpiar todo lo que los hace infelices. Pero, tienen que venir aquí: a la fe. Yo siempre estoy dispuesto a dialogar.
—¿Seguro que no me estás tomando tú también el pelo? —Le dije con desconfianza.
—No, porque sabes que a la larga la que gana eres tú. Quizás no lo entiendas aún, pero todo lo que has vivido ha sido con intención de que acabaras viniendo a quitar toda la contaminación al lavadero de esta gasolinera y pudieras hablar conmigo. Era como tenía que ser.
—Ya podría haber sido de una manera más fácil… Pero ¡Trato hecho!— Le dije. Por un momento me sentí mal de haberle gritado que se apartara de aquella manera. Parecía ser un buen tipo. Uno de esos que aparece de la nada para ayudar de verdad.
—El camino a la gasolinera de la fe solo se da cuando alguien realmente está dispuesto a sanar y a hacerse una limpieza, porque acciona y trae su coche a lavar. ¡Muy bien! ¡Venga! ¡Empieza!
Con el coche de la vida pasa un poco igual. Llegan momentos que crees que estás siendo timada en muchos aspectos: relaciones, lugares, personas, sucesos… Pero siempre tienes la oportunidad de lavarlo de nuevo y buscar su brillo debajo de toda esa capa de polvo que se ha ido acumulando por dejadez, pereza o falta de tiempo.